Llegabas del colegio, alterado, con los mofletes colorados por la mañana agetreada, feliz. Lanzabas la mochila nada más entrar en casa y corrías hacia el comedor dando saltitos tipo Heidi. Al llegar te encontrabas una estupenda mesa con todo colocado, lista para recibir tu hambre atroz, muchas veces provocada por el simple hecho de haberte pasado toda la mañana imaginándote el plato de macarrones con tomate que te esperaba cuando llegase la hora de comer, como todos los Miércoles. Servilleta al cuello, cuchillo en mano derecha y tenedor en la izquierda... todo listo. En ese momento una frase sonaba desde la cocina:
- Hijo, cambiamos de planes. Dejamos los macarrones para otro día. Hoy tenemos unas acelguitas que tenía aquí y se iban a poner malas. Ya verás como te gustan.
A la vez que tu madre iba soltando esta frase demoledora por su boca, se iba acercando poco a poco con un plato en el que podías apreciar, debido a su transparencia tipo duralex, un color verde oscuro que no tenía nada que ver con el rojo macarrón que esperabas. En ese momento deseas que se pare todo, que sea un sueño y el olor de la deseada pasta italiana te despierte de aquella pesadilla (¿soy un poco exagerado no?).
El caso es que aquel temido plato, se colocaba delante tuyo. Las acelgas, amenazantes en el fondo te miraban retándote... "Cómenos... que te vas a enterar... te vamos a provocar la mayor arcada de tu vida...". En ese mismo instante comenzaba una de las conversaciones, que a la larga nos ha servido a todos en nuestra vida, ya veréis:
- Mamá, no me gustan las acelgas. Yo quería macarrones.
- Pues hay que comérselas, no hay otra cosa, si vieras la de gente que pasa hambre...
- Venga, me como dos pinchadas y ya...
- ¡¡ Que no !! Todo el plato o no te levantas.
- Es que se me hace bola... (haciendo pucheros)
- Pues hasta que no te lo termines no te levantas, y si no te lo comes ahora, para cenar....

Yo no se vosotros, pero creo que al final mi madre me dio por perdido. A los pocos minutos de soltarme la amenaza de dejarme ahí sentado hasta la hora de la cena, veía que no surtía efecto y el plato no bajaba y me lo acababa quitando. Es una de las primeras técnicas de presión que aprendes cuando eres pequeño. Si lo perfeccionabas, puede que incluso lograses que te trajesen otro plato de comida más placentera para tu paladar :). Que mal se lo hicimos pasar a nuestras madres de pequeños...
Otro caso a parte sería analizar las comidas en el comedor del colegio, pero como es un tema que puede dar mucho de si, mejor lo analizamos en otra entrada más adelante. Por cierto, una pregunta, ¿vosotros erais de los que exprimíais la frase "que se me haceeee boooolaaaa"? :)